
Occidente necesita más níquel que nunca para electrificarse: el problema es que casi todo está en manos de Indonesia y China
“Making an American nickel costs more than a nickel”, admitió recientemente la Casa de la Moneda de Estados Unidos. Aunque la frase parezca un trabalenguas, lo que está ocurriendo es que fabricar una moneda de cinco centavos —conocida en inglés como nickel— ya resulta más caro que su propio valor nominal. Y sin embargo, el precio internacional del metal se ha desplomado, de acuerdo con Financial Times.
El níquel vive su momento más desconcertante. Es un material clave para fabricar baterías, acero inoxidable, turbinas, misiles y satélites, por lo que la demanda debería haber impulsado los precios. No obstante, la oferta se ha expandido tan rápido que las cotizaciones se han hundido.
En un reportaje para el Financial Times han señalado que el precio en la Bolsa de Metales de Londres (LME) ronda los 15.000 dólares la tonelada, menos de un tercio de lo alcanzado en 2022. Al mismo tiempo, la producción en países referentes, como Australia o Nueva Caledonia, se redujo con fuerza. BHP, el gigante australiano, anunció que está revisando la venta de sus activos de níquel en Australia Occidental. Incluso Tsingshan, uno de los mayores operadores chinos, suspendió líneas de acero inoxidable para ajustar la oferta.
Una nueva superpotencia emergente. En este contexto, Indonesia emerge como gran ganador. Tras prohibir la exportación de mineral en 2020, forzó la instalación de fundiciones y atrajo miles de millones de inversión china. Hoy controla cerca del 60–65% de la producción global, según Bloomberg.
En el mismo medio han señalado que el salto es tan grande que, por primera vez en la historia, los ingresos por exportación de níquel superaron a los del carbón: 16.500 millones de dólares frente a 14.400 millones en el primer semestre de 2025.
Los problemas que acechan al mercado. El dominio indonesio plantea vulnerabilidad estratégica para Occidente, que considera el níquel un mineral crítico. El Financial Times habla de un “OPEP del níquel” controlado por Yakarta y Pekín. Al mismo tiempo, minas occidentales se vuelven inviables: Australia y Nueva Caledonia ya reducen operaciones y Anglo American busca vender activos en Brasil. La operación con MMG, respaldada por capital chino, está siendo investigada por la autoridad de competencia de Brasil tras la queja de la turca CoreX Holding, cómo han explicado en otro reportaje de FT.
El resultado es un mapa desequilibrado: Indonesia y China concentran capacidad de bajo coste, mientras en Occidente las grandes mineras se repliegan o directamente salen del negocio.
Hay un coste aún mayor. La ventaja competitiva de Indonesia descansa en el carbón. Cuatro grandes compañías del sector emitieron 15,3 millones de toneladas de gases de efecto invernadero, y esas emisiones podrían duplicarse hacia 2028, según cálculos de IEEFA y CREA recogidos por The Diplomat. Ese modelo choca con la llegada de regulaciones como el Mecanismo de Ajuste en Frontera por Carbono de la UE, que penalizará materiales con gran huella de carbono.
A esto se suma el riesgo social: un informe citado por The Guardian alerta de que gran parte de las explotaciones de minerales de transición se solapan con territorios indígenas o ecosistemas frágiles, con acusaciones de deforestación, abusos laborales y conflictos con comunidades locales.
Y se le suma el riesgo tecnológico. El auge de las baterías de litio-ferrofosfato (LFP), que no requieren níquel, puede recortar la demanda prevista. Aunque tienen menos densidad energética, estas baterías son más baratas y sostenibles, y están ganando espacio en vehículos eléctricos.
Occidente, entre la espada y la pared. Las grandes mineras occidentales enfrentan un dilema. Por un lado, costes altos y presiones sociales: el proyecto Resolution Copper en Arizona, impulsado por Rio Tinto y BHP, lleva años retrasado por la oposición de la tribu apache de San Carlos. Por otro lado, la necesidad estratégica de reforzar cadenas de suministro locales. Washington ha calificado el níquel como metal crítico, pero sus reservas son limitadas.
Las empresas mineras tampoco quieren perder a su mejor cliente: China. En 2024, el 57% de los ingresos de Rio Tinto provenían de ventas a China, frente a solo el 16,7% en Estados Unidos, según datos citados en Xataka. Los controles a la exportación de minerales impuestos por el Gobierno de Donald Trump —y la respuesta de Pekín con restricciones a galio, germanio, escandio o disprosio— muestran cómo el comercio de metales se ha convertido en arma geopolítica.
China: la sartén por el mango. Si Indonesia pone los recursos, China pone el dinero y el conocimiento. El ejemplo más claro es GEM, un productor chino de materiales para baterías que en el primer semestre de 2025 duplicó su producción de níquel en Indonesia hasta 43.977 toneladas, alcanzando un beneficio récord de casi 800 millones de yuanes, según Bloomberg. Además, GEM firmó un acuerdo de 1.420 millones de dólares con el fondo soberano indonesio Danantara para construir una planta de níquel grado batería.
China también asegura su posición fuera de Asia. En África, como hemos explicado en Xataka, ha invertido más de 10.000 millones de dólares en minas de cobalto, cobre y níquel, sobre todo en República Democrática del Congo y Zambia, y acompaña esas inversiones con infraestructuras, acuerdos bilaterales e, incluso, la exportación de armamento y seguridad privada para proteger intereses mineros.
En términos macro, China se está convirtiendo en lo que algunos llaman el primer “electroestado”. Como ha señalado mi compañero Matías, bajo el plan Made in China 2025 ha logrado integrar toda la cadena de suministro de tecnologías limpias: paneles solares, baterías y coches eléctricos. El país ya genera más de una cuarta parte de su electricidad con renovables y controla de facto los precios globales de tecnologías de electrificación.
Previsiones: lo que viene en el horizonte. El futuro del níquel parece escrito a varias velocidades. Indonesia seguirá consolidando su papel como epicentro de la oferta global. La prohibición de exportar mineral, sumada a la avalancha de capital chino, ha convertido al país en el gran refinador del mundo y el gobierno de Yakarta quiere dar un paso más: no conformarse con producir lingotes o químicos de níquel, sino convertirse también en fabricante de baterías y vehículos eléctricos, como apunta Financial Times.
En paralelo, la demanda de acero inoxidable continuará absorbiendo la mayor parte del níquel, pero el mercado de las baterías se perfila como el gran motor de cambio en esta década. El problema es que esa previsión puede resultar demasiado optimista: la química LFP, más barata y libre de níquel, avanza rápido, lo que podría moderar el crecimiento esperado. Mientras tanto, los precios permanecen deprimidos. El exceso de capacidad en Indonesia y la ralentización del consumo global mantienen la cotización bajo presión, y el Financial Times no anticipa una recuperación significativa a corto plazo.
A todo esto se suma un nuevo factor de riesgo: la regulación climática y las exigencias de los consumidores. Europa impondrá aranceles a los materiales intensivos en carbono a través del CBAM, y empresas como Mercedes-Benz o Samsung ya exigen níquel con bajas emisiones, como recuerda The Diplomat. La paradoja es evidente: la ventaja indonesia basada en energía barata de carbón puede transformarse en su mayor debilidad si no logra “descarbonizar” su industria.
El dilema que queda. El níquel barato de Indonesia permite que la electrificación global sea más asequible. Pero ese níquel está “manchado” por el carbón y por dudas sobre sostenibilidad social. Para Occidente, producir en casa resulta demasiado caro, y comprar a Asia significa aceptar dependencia y huella de carbono.
The Guardian alerta de que, sin reformas profundas, la financiación internacional seguirá premiando proyectos que destruyen ecosistemas y comunidades en nombre de la transición verde. The Diplomat va más allá y denuncia la ironía de vender como mineral verde lo que se produce con carbón.
El dilema se resume en una frase: el níquel cuesta barato en la bolsa, pero sale caro en geopolítica, en emisiones y en derechos humanos. La electrificación de Occidente pasa por decidir qué precio está dispuesto a pagar: ¿el de fabricarlo en casa a cualquier coste, o el de comprarlo donde manda el carbón?
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La noticia
Occidente necesita más níquel que nunca para electrificarse: el problema es que casi todo está en manos de Indonesia y China
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Xataka
por
Alba Otero
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